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Depositamos nuestros amores en los corazones con la prima de riesgo más alta. Inflación de nuestras ilusiones al 300 por ciento, y sin garantías por devoluciones. Plazo fijo de nuestras ficciones, y la foto de una casa en la montaña donde viviremos felices, sin Euribor, hipoteca de nuestro mañana... Ay... Estas deudas impagables que dejaron nuestras tardes soleadas...

calle menta

Se levantan ellos y luego sale el sol. Asomados a los balcones de nuestras casas, somos parte de la atracción. Tarjetas de memoria por donde han pasado las pirámides de Egipto, y las tiendas de campaña del 15M. Las manifestaciones contra el fraude financiero, y las ruinas del Partenón. Click tras click los van sumando, descontextualizándolos, con o sin flash. Índices locos. Apretando el gatillo del nuevo mundo, víctimas ellos y también nosotros.
De relámpagos y caricias y flechazos te dejo y me alejo. Sin mirar atrás cruzo el infinito dibujando una estela a mi paso y sé... que me he dejado algo, pero no volveré a buscarlo... Sigo trazando perpendiculares, olvidándome joyas en las mesas de noche y en los ascensores de los corazones que están en paro.
En las mañanas están más creativos que nunca, hacen poses insólitas y se roban las ideas entre ellos. Colas de 50 y 60 chicas esperando para acostarse al borde la fuente inmunda, y ser capturadas con la pierna levantada, la sonrisa congelada. Se vuelven todas a casa: Austria, Francia, Inglaterra, Nueva Zelanda, con la misma foto, fotocopiada. Y aquí se queda la plaza, hastiada, con huecos de bala en sus paredes y huecos de contenido en los carretes.
Te encuentro y hueles a destiempo, a lluvia de agua fresca, a sol de mediodía que no quema, y yo me pierdo... entre promesas de desapego, y me resbalo... con la concha de un fruto muerto que agoniza sobre el pavimento, que sueña con transformarse en microorganismos y bacterias, con dejar esta vida y hacerse una nueva.
Dueñas de la playa, las gaviotas se la llevan en el pico. Poco a poco, grano a grano. Y luego la esparcen con sus alas y vuela en ellas el agua salada que, ya seca, anida entre sus plumas blancas.
Cartas. Cartas largas, cartas cortas. Cartas con hiatos y diptongos. Cartas con onomatopeyas o sin ellas. Cartas duras. Cartas blandas. Cartas explicativas que narran mi vida, la que tuve, la que quisiera tener. Historias de esa persona que ya no sé si soy o no soy. Me dejo cada el día el corazón en miles cartas que no son de amor.
Qué maravilla llegar a casa después de las vacaciones y abrir el correo. Seis cartas de la compañía de luz y tres de la administradora del piso. Ninguna de amor, excepto por una invitación de la tienda de cosméticos... A gastar 45 euros para recibir un pequeño regalo. Qué relativo es el querer en estos tiempos modernos.
Esposa y modelo en un día. Qué felicidad la de la novia polaca cuando arrastra su hermoso vestido blanco por las inmundas calles de la Ciudad Gótica. Y su Superman... La sigue con el ramo en la mano, vestido también de blanco, buscando rincones libres de turistas, huyendo de los demás invitados.

Encuentros, pedacitos de destino compartidos.

Aleatoriamente, se cruzan nuestros caminos, 10 minutos o cinco... Años, meses... Una, dos y hasta tres veces... Y un día quizás con suerte, decidimos quedarnos.

Vienen de todos lados, apuntan desde cada flanco, y cuando estoy en medio, al unísono, disparan. Me miran embrutecidos, no he caído muerta y eso que les he arruinado el cuadro. Doy otros dos pasos y no lo comprenden: Yo también voy armada pero no he disparado, y es que no hay palabras en sus vestidos de verano, no me dicen nada aunque todos hablan.
Si pudiera escribir algo realmente grande... Como una polisílaba esdrújula capaz de transportarnos como una supercuerda elástica a otra dimensión, para ver desde allí lo tontosratoncitos-quesomossiempreconesteespantoalaentropíadelascosas, que nada tiene que ver con hacerse viejo sino con transformarse y ser mariposa y oruga, y otra vez mariposa y de nuevo oruga, dos y tres, y diez mil veces... Pero hoy sólo tengo monosílabas, que me saltan de la lengua a clavarse como agujas en los ojos de mis certezas...
Vapores, sueños, ideas, 

imposibles, certezas... Se mezclan, las tuyas y las mías. Nacen las nuestras. Engendro de helados de mantecado y de paseos por un escampado al que lo cruza un río de lado a lado. Infinito, delirios, almohadas ahogadas entre brazos y piernas y otra vez la mañana, la voz de la consciencia, que nos despierta.

Ficciones, son nuestros recuerdos. Cuántica de un universo infinito que vive en la galaxia de nuestros sentidos. Y ¿cómo atrapar el tiempo entre las manos, si la memoria, esta máquina tonta, lo pone todo en el mismo saco? Y son olores, colores, canciones, momentos, suspiros enmarañados, luchando... para no caer en el agujero negro del olvido.

¿Y si no llega el Otoño? ¿Y si no se caen las hojas de los árboles, sino que se quedan colgando, por una finísima membrana, aguantadas de las ramas? ¿Cómo sería el nuevo orden si por una vez, la rutina se rompe?

No pasa pero cae, como una gota gorda y pesada intentando escaparse por una ranura demasiado delgada. Otro segundo cae. Y lo veo. Ya no se le puede llamar tiempo, es una masa llena de espera. Mi espera. Siento su tic-tac moverse en cámara lenta.

Segundos de caramelo 

gotearon en el desierto y con dulce agua de cactus roció el misterio que duerme en los agujeros negros... Enlazando era el mejor, con su caballo ensartó el tiempo en las agujas del reloj.

Silencios largos 

como las trenzas de una princesa a la que nunca visitó una peluquera. Palabras cortas como los granos atrapados en un reloj de arena. Minutos que esperan en la cola eterna hasta diluirse en segundos, y un nudo, en la garganta de un ave que se espanta, con el aire que soplan los amores que se quedan mudos…

La patria, dicen algunos. 

Pero yo prefiero defender mañanas de espigas y grama impregnada con gotas de rocío, de gaviotas arrastrando sueños en sus picos. Tardes de nubes entrecortadas entre las que se cuelan las estrellas, pero ante todo, defender las memorias, que al fin y al cabo, son lo único que me queda.

Y se puede ver la locura 

en sus palabras, reflejada en sus ojos. Los que entran allí ya no salen. Como si cruzaran la puerta a un universo paralelo y desproporcionado, donde la lucha ya no es contra los verdaderos opresores sino contra los demás oprimidos. Víctimas todos y a la vez victimarios, los usan como escudos y a falta Dios y de Diablo, repiten credos testarudos que otros han inventado.

Y es ahora palpable, evidente, y al mismo tiempo inalcanzable. Lleno de cascabeles por dentro, se cierran las puertas y los universos se abren. Y está tan lejos, es tan volátil. Nuestras dudas y miedos no pueden tocarlo, así que existe inevitable sin que podamos dañarlo.

Siento que te borras 

por calles extrañas, oigo sirenas de ambulancias que atraviesan el espacio cortando esperanzas, nubes de humo y smog forman cúmulos que tapan nuestras ventanas. Ojos que buscan otros ojos al borde de un pasado mágico que se reordena a cada segundo como un futurible orgánico. Y en un espacio que ya no existe... reina el silencio desde que te fuiste.

Y allí están unos y otros, 

hablándose a sí mismos, pensando que serán escuchados por el otro oído... Monólogos que asignan, designan, resignan, se persignan. Mono-locos que hacen trizas las consignas... Mientras el bote zozobra maniobran sus maromas, pies derechos e izquierdos por separado: redoblante circense sin monociclo y sin payaso, sin espectador y sin aplauso.

Tangible es el viento, 

que sopla invisible y de mi almohada a la tuya susurra secretos imposibles... Concreto el silencio cuando las alas de la aún crisálida, mariposa, rozan mi boca y saben a pasado remoto, presente reciente, futurible ferviente que me quiere y te quiere materializar... ¡Ay! Los sueños que no nos atrevemos a soñar por miedo a que no sean verdad... Y al final la vida, tan efímera, que nos parece siempre tan real...

Ciudades que hablan, 

que cuentan secretos, Madrid me mira callada mientras me paseo por sus recovecos. Yo piso fuerte, pellizco sus fuentes, le jalo la grama, meto los dedos en los adoquines de sus llagas. Paciente, ella me mira inerte, me hace doblar la esquina de la mano y en el cielo de su boca, Caracas, a veces veo tu recuerdo reflejado.

Como si los ángulos y los recodos estuvieran dispersos por el universo sólo para que nazcan los silencios, tras cada esquina hay un desencuentro. Con sus nuncas y sus jamases y sus hasta luegos. Miradas que se cruzan para descruzarse de nuevo y así, se va destejiendo uno de los misterios del universo. En medio de este mar de adioses condenado por el devenir de un pasado perfecto, sin esperanza alguna y sin posibilidad de eterno... a veces... un encuentro.

Dejar... esta manía de querer 

adivinar, de intentar predecir lo que puede o puede no ser... Abandonar... esta manía de querer ir más allá, de adelantarse al momento, de pronosticar. Si algo tenemos tú y yo entre las manos es presente, miramos juntos y de frente el camino del pasado, nada más existe, ni siquiera lo intentes... imposible escapar ya de este, nuestro tiempo y espacio.

Nos vamos construyendo 

la vida, en base a lo que vemos. Nos fijamos... en aquello que alcanzan a percibir nuestros sentidos. E imaginamos que estructuramos y trazamos y delineamos... el futuro. Miopes ratoncitos... El universo tiene dimensiones que no adivinamos. Así un día, sin jamás sospecharlo, tú y yo nos encontramos...

El agua inunda las calles. 

Como en un sueño, intento nadar contra la corriente y a la vez dejarme llevar. Dualidad de mis vertientes que no hacen sino aumentar tu caudal. Ahora llueve, además, y muy pronto la noche caerá. Fluidos de mis sentidos e intentos vanos de olvido, cierro los ojos con fuerza y de nuevo los abro... y allí estás.

Eres un fantasma. El recuerdo de un sueño que nunca tuve. Si supiera tras cual esquina te escondes de todas formas no iría a buscarte. Te disuelves entre la niebla, y mientras más fuerzo la vista... más vaga es tu silueta.

Rebotan sobre el asfalto y sobre la tierra mojada en las macetas, sobre la reja y sobre las hojas que han caído secas, primero de diez en diez, luego de cincuenta en cincuenta... ¿Cuántas gotas hacen falta para crear una tormenta? Ejércitos de gotas dispuestas a arrancarle una nota a cada objeto entre ellas y el planeta. Algunas suenan como palabras, otras como pisadas y unas tantas como las yemas de tus dedos en mi espalda.

Intento escapar de las revoluciones pero ellas me persiguen, me acechan, me encuentran. El efecto dominó de este sistema. Una casa del terror eterna. La sangre seca en las fotografías, el dinero se escapa por nuestras venas abiertas. Sueños de descontrol y de disparos, de ambulancias y de ballenas que nos tragan sin masticarnos y en algún lado, alguien se lamenta porque no aún hemos saldado nuestras deudas.
Ya se empiezan a cansar 

los turistas, ya se vuelven poco a poco a sus casas. Se agotan sus días felices, sus días libres, horas para hacer nada. Y allí se queda la playa inamovible, con su mar ondeante y sus olas largas. Allí se quedan la arena y las algas, los erizos punzantes y las aguamalas.

Hasta que un día descubres 

que lo que te hace falta no es amor sino dinero... No es comprensión sino liquidez. Y te entregas a las vicisitudes del mundo moderno y te dedicas a producir más producto caducado y te olvidas de contemplar el efecto de tus sensaciones y las del que tienes al lado.

Cada mañana pasan 

los gitanos frente a mi casa. Van a veces riendo a veces peleando, siempre en grupos grandes, gritando, empujando carritos de supermercado, cargados de las maravillas que la acera les ha entregado... Hoy llueve y no dicen mucho, pero sonríen y esquivan los charcos caminando en fila india bajo las cornisas.

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