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La cucharilla ansiosa revuelve el azúcar de un café. Descafeinado. Que alguien sorbe a paso de cafeína apresurado antes de lanzarse a la cama de clavado. Iremos todos a nadar en las aguas de otro sueño y dejaremos que sus olas nos arrullen con su vaivén. Y ya de pie, a orillas del amanecer, habremos descubierto los grandes misterios del mundo al revés.

crónicas el patio interno

Un Rock n' Roll nuevo copia de uno viejo. Amy Casadevino remastica un Soul antiguo. Los bajos retumban y las paredes se mueven. La vecina aclara la garganta y yo veo el futuro, tan sólo una fracción de segundo, antes que se haga presente. Tiemblo. Como las paredes de mi patio interno, ella abre su ventana y baila y, finalmente, enrolla su lengua dentro de la boca, empuja el aire por su traquea, y canta.

 

Un serrucho se abre camino, diente por diente busca, muerde, aquel objeto, el mueble, que necesita ser renovado. El patio interno hace eco de la reforma, por tanto tiempo eludida, retrasada y que ahora, a última hora, parece imprescindible y necesaria. El serrucho sube y baja constante, incansable, desgarrando los obstáculos hasta convertir el antiguo sillón en un extraordinario platillo volador.

 

Su mano aprieta el teléfono con fuerza, quizás, sudorosa, no lo suelta. Su voz femenina, un poco chillona, llega hasta mis oídos ininteligible, indescifrable, nebulosa. ¿Qué estará diciendo? Intento captar algo, adivinar el significado y entonces, su risa suena, como un cascabel, y ahora ella es un ángel que canta por su ventana, inundando el patio interno de sensualidad y ganas... de quedar, esta noche, otra noche más. No sé lo que dice pero sí sé con quién habla: al otro lado está su Superman.

De pronto un sonido diferente que murmura a lo lejos fabricando un canto indescriptible. Como la voz de un ave, o el aleteo de una libélula, algo tan delicado que impide a la razón conseguir un significado. Pero me quedo escuchando y su música me arrulla y es un bálsamo. Sólo entonces descubro que antes había otros ruidos, tan insistentes que habían perdido todo sentido. Sonidos sordos para mi consciencia, que sólo ahora despierta...

 

Hoy ando de bala, la felicidad se me resbala, se me cae al suelo, choca contra la realidad, se rompe y se derrama, calle abajo un desnivel en el asfalto la detiene, corro tras ella y por un segundo veo en el charco mi reflejo, un coche pasa, la hace volar por los aires y una de sus gotas me cae en el ojo que se cierra, involuntariamente, antes de que la mano la aparte y la seque sin consentimientos. El patio interno sigue allí, ajeno a todo esto.

 

El viento silba, agita las hojas, levanta la pintura descascarillada durante el verano. Todas las ventanas le dan la espalda pero el viento insistente en cada una de ellas rebota, parece no importarle ser el único en el patio que esta tarde juega a la pelota.

 

Despierto. Un piano, un piano jazzoso se mete por las comisuras de mi ventana. Acontecimiento extraordinario. Me visto y de inmediato la abro. No puedo definir de dónde proviene pero embellece el patio interno esta mañana. Las ropas de algún desconocido cuelgan ya secas de la cuerda y parece que bailan. De pronto, lo veo y él me ve. Alguien más, otro rostro que por su propia ventana también asoma curioso, atraído por el Jazz misterioso.

La ventana otrora entreabierta, por un tiempo afortunada, permanece ahora cerrada. No entona ya su canto celestial, la música reproductiva que una vez cantó. Donde antes hubo gemidos sopla ahora el insistente viento otoñal. El patio interno fue testigo de otro romance post-vacacional.

 

Los televisores escupen sus tramas a todo volumen, como ellos siempre hacen. Con timbre suave una radio canta los enrevesados acordes de canciones asonantes. Las voces conversan y las bocas ríen, por fin relajadas porque ha terminado otra jornada. Algunas estrellas titilan silenciosas, como si llamaran a la puerta, y ciertas persianas se abren para dejarlas pasar.

 

Una lavadora agita zapatos. Van de un lado a otro dentro del aparato y ahora un chorro de agua y luego el centrifugado. En otra casa alguien fríe en la sartén grande y otro alguien reclama "te he dicho que no frías en la sartén grande" y yo pienso en la vida cotidiana, la vida en pareja, ésa, que si te descuidas puede acabar girando en torno a tan irrelevantes temas, como los zapatos...

 

Risas. Los buenos días. Puertas. Saltan de la cama y parecen correr para alcanzar un tren, gavetas, sillas, platos, vasos, risas entre las pausas. Zapatos altos, voces, el olor del café recién hecho, el agua cayendo en el lavamanos, un cepillo lustrando los dientes y parece que se van ya, y de pronto... Los resortes de la cama saltan. Risas. Los buenos días. Puertas.

 

Se han ido... Las camisetas, los escotes, las minifaldas y las tobilleras. Leotardos, medias largas, pantalones gruesos a cuadros y camisas han venido para relevarlos. Y con las ropas, otra temporada, y todo cambia y el patio interno tiene vértigo y luego, cuando se ha transformado comprende, que somos los mismos de siempre y siempre estamos cambiando.

 

 

Las Siete Cabritas saltan por un hueco que se abre entre los altus cumulus. El cielo es azul oscuro. Oigo el ruido de calefactores y de bombas de agua y son como motores, y el patio interno vibra como si fuera a despegar. Justo antes de salir disparados hacia el espacio estelar, los sonidos cesan y yo piso de nuevo tierra. Vuelvo a la cama y a la tarea de pensar que mañana hay que madrugar.

 

Un techo blanco, de nubes, tiene hoy el patio interno. El pantalón de un pijama a cuadros cuelga solitario sostenido por las pinzas que lo dejan con los pies en el aire. Ahora vuelve a mojarse por quinta vez cuando a otra llovizna otoñal se le antoja caer. Él se empapa estoico sin preguntarse qué será de la vida de la camisa que le combina.

 

Afuera como una aparición de tiempos remotos, la radio. Una radionovela desenrolla su trama contra las paredes que no le hacen caso, sino eco. Las ventanas permanecen indiferentes a la mujer que llama desde un altavoz mono, su interlocutor en cambio le contesta, algo en ruso o en checo, no entiendo muy bien, pero la música llega precisa y con ella... el beso.

 

El viento primero le mueve una manga, luego una pierna, ambos se agitan entre las dos cuerdas. Ahora es ella la que salta y cae más cerca, y otro montón de aire la zarandea. Poco a poco, sin notarlo, cada vez más enrevesados, sus pedazos se van juntando, hasta que son una amalgama y cuelgan juntos, con sus fibras enmarañadas, las prendas del tercero y las del segundo.

 

 

Ríe la TV y ella ríe, llora la TV y ella llora, se agita, siente, se enamora, siempre un segundo después que la TV. Cansada de reproducir sus emociones, busca por fin con el dedo el botón rojo y ambas, ella y la TV mueren dulcemente, dando paso al silencio que todos estábamos esperando.

 

 

Hoy no tiene fondo. En lugar de eso, una alfombra de hojas de falso castaño empapadas... y de arce.

 

 

Abrió la ventana y dejó salir un suspiro. Nadie sabe en qué pensaba, pero el vapor que escapó de sus entrañas nos embriagó con su afecto y el patio interno se quitó el sombrero para rascarse la calva y, allí, las estrellas brillaban.

 

 

¡Llueve! y las plantas bailan al ritmo de las gotas que rebotan en sus hojas. Llueve sobre árboles de mango que nacieron en Caracas hace mil años. Llueve sobre las palmeras importadas del trópico, clavadas en macetas de bares ingleses exóticos. Y llueve, cómo no, sobre la cuesta del Olivar y la calle del Almendro, llueve sobre la del Laurel y la del Olmo, y sobre las costanillas de los Olivos y de las Trinitarias. Por fin, llueve sobre Madrid y las plantas de sus calles son las que más bailan.

 

Ríe a carcajadas por las bocas que tiene en los costados y de algunas salen chispazos de felicidad, como ojos que brillan embelesados. Parece que vibran sus paredes cuando en alguna parte alguien se pone a cocinar. Y una melodía llena a todos sus espectadores de ilusiones y de anhelos y pueden sentirse sobre el suelo algunos pisotones que apresurados, intentan seguir el paso.

 

 

Más allá de los labios de su boca cuadrada, está el cielo azul que parece un helado. Sin una chispita de nubes de vainilla. ¿Qué sabor tiene? No se sabe, pero los dientes me abren paso y yo abandono sus entrañas para ir a probarlo.

 

 

Hierve el agua... Las cucharillas se agitan en las porcelanas y el jazmín escapa delicadamente por la ventana. Tres pantalones a rayas tiritan en la cuerda mientras hacen señas a las faldas que bailan en el tendedero. ¡Ya quisieran ellas dejarlo todo y salir corriendo hasta ellos! Pero tras poner la taza sobre la mesa, la mano del destino da otra vuelta a la ruleta y se las lleva lejos, dejando a los pantalones con más frío que deseos.

 

 

Estalla contra el suelo y reproduce el sonido de ese cristal etéreo que no puede ser sino de una bola de navidad. Vano intento de reconstrucción de una fantasía, de la felicidad. El patio interno ha enmudecido pues hay sonidos que no vale la pena repetir. Dos pares de ojos contemplan ahora pasmados, los pedazos, esparcidos por el suelo, y ellos, tan desprovistos de párpados para accionar un pestañeo.

 

 

Cuando me fui a dormir ellos ya estaban allí tumbados, conversando. Todo el patio oscuro y silencioso suspirando entre sus voces de las que no salían palabras, sino acordes. Y cuando abrí los ojos nuevamente en la mañana aún sonaba el diálogo relajado, y supe que durante el sueño me habían arrullado. No fue sino hasta la hora del café cuando comenzaron a tocarlos, sacando de sus cuerpos un aún más sublime canto.

 

 

Las persianas se agitan, se estremecen, algunas parecen aflojarse, perder el equilibrio, están a punto de caerse. El viento sopla sin tenerlas en cuenta, callado y sin prisa como es su naturaleza. Y allá salen otra vez disparadas y todas suplican, conmocionadas. Yo las miro por el ojo que da al patio y pienso, debe ser así como hacemos mella en los otros... Sin saberlo.

 

 

Ventanas... Yo me observo, tú te observas, él se observa... Ajenos a nosotros mismos, nos observamos, os observáis... Ay, ¡y allí están ellos y ellas pasándoselo tan bien!

 

 

El televisor ríe a lo lejos. La risa de un programa de esos con espectadores muertos, en vivo, que accionan sus mandíbulas cuando una luz se enciende en el plató. Nada de lo que parece real verdaderamente lo es hasta que varios lo ven a la vez. Más bien como un simulacro, y aquí, en nuestra realidad simulada de ventanas que dan a otras ventanas, lo único que todos deseamos en conjunto, es que bajen el volumen para poder volver a nuestros propios asuntos.

 

 

Se le caerán las hojas a todos los árboles sin que el patio interno lo vea. Encerrado entre sus cuatro paredes presentirá, solamente, que algo es diferente. Ni una hoja caerá en sus fauces y él no verá ni una sola rama desnuda. Sentirá en cambio un frío indecible y sin saber por qué, aún cuando siempre lo estuvo, quedará frente al invierno paralizado y mudo.

 

Con sus persianas entrecerradas aún dormidas están las ventanas. El patio interno a veces se llena de silencio, y ellas tardan en darse cuenta de que otro día ha comenzado. Con su tenue calor casi invernal el sol busca su mirada, tratando de entrar por las rendijas, pero ellas aprietan los párpados, algunos de madera y otros de plástico, y el gran rectángulo que es la boca del patio bosteza, y se da la vuelta para seguir soñando.

 

El cucharón no es de madera y choca contra las paredes del cazo que tampoco es de barro, y ambos reproducen el sonido de campanas mientras cocinan algo. Las paredes blancas que delimitan el patio comienzan a sentir el vapor que escapa como aves de alas largas de la única ventana que no está cerrada. Los pájaros etéreos dan vueltas en círculo subiendo y subiendo. El pulgar abre el frasco con un movimiento seco y cuando la canela cae en el cazo... el chocolate se espesa e inunda el patio.

 

 

Caen las gotas sobre las baldosas y en la hornilla borbotea el agua que están hirviendo para el té. Su aliento gélido entra por mi ventana y de mi boca sale el vapor de su esencia condensada. Algo mío se va con él, y flota por el patio, hasta que las cuchillas de la lluvia lo cortan en mil pedazos.

 

 

La música viaja a través de las paredes y llega con voz estertórea y los altavoces son máquinas del tiempo. Melodía entrecortada tejiendo el futuro con ritmo lento del pasado sin hacer distinción entre ambos momentos. Expulsa otro silbido, otra palabra entre ronquidos que pretende definir y encontrar un sentido, pero las acciones feroces se suceden una tras otra y contradicen su canción, alzándose con sus hechos.

 

 

Tan sólo dos estrellas se transparentan por la gran tela de nubes que hace el toldo de su techo. A oscuras las prendas dormidas esperan a estar secas. La luz azul centellea, temblorosa, tras la ventana de cristal, y delante de ella, alguien se deja hipnotizar. Por tantas horas ha estado ya al teléfono que su voz forma ahora parte del silencio. Ah, la caja del patio interno, boba de instantes que se fueron y viva de sueños venideros.

 

 

Y a veces calla y tan en silencio se queda que ni siquiera puede sentirse que respira. Los ronquidos se congelan a medio andar y ni el ruido insoportable de un pestañeo lo puede alterar. Es como si el tiempo se hubiese dormido. Y las gotas a medio caer... ¿Están secas o mojadas? ¿Tienen frío? ¿Son de agua? Y el viento que no sacude las ropas, ¿sopla? ¿Y nosotros? ¿Cómo es que nosotros no podemos detenernos aunque todo alrededor pide que nos quedemos quietos?

 

Qué felicidad cuando el amor se grita a los cuatro vientos y sale por la ventana sin complejos. Poco importa el resto. Por la mañana y por la tarde ellos lo proclaman, indiferentes a nosotros, que estamos desayunando o comiendo. A toda hora cuando respiramos, suspiramos, recordamos, olvidamos, ellos expelen gritos y jadeos. Y luego ríen por horas, y nosotros, al otro lado del sentimiento, nos sentimos tan grandes y a la vez tan pequeños.

 

Es un festín. Los cubiertos saltan contentos sobre la cerámica mal horneada de la vajilla blanca y azul. Sus zapatos de hierro destrozan el pescado y desordenan los garbanzos y hacen un reguero. Cantan y bailan los hielos en los vasos pues aunque hace frío hoy también ha habido aperitivo. Y allí van tres pájaros negros cruzando sobre el cuadradrito de cielo y cuando oyen llamar a los objetos... Cambian de rumbo y se precipitan hacia el tendedero.

 

 

Crujen las persianas y las gomas que recubren los bordes y los marcos chocan unas con otras. Poco a poco todo se queda en silencio. Envasado al vacío el patio interno. Sus paredes se erizan con el viento. Y hay una luz tenue que dibuja una sombra pensativa, que mira hacia arriba como quien contempla la luna. Un sueño que se resbala por los cristales esmerilados y bosteza callado, como si nada hubiera pasado.

 

 

Una nube quiso entrar cuando abrí la ventana esta mañana. Se había mudado durante la noche al patio, donde nuestros sueños acelerados la arrullaron. Se fue hinchando de nuestras dudas y nuestras certezas. Y se olvidó de llover... pero al irse despejó nuestras ideas.

 

 

Vamos y venimos como olas, y subimos... como espuma somos efímeros, y cambiamos...

la fisonomía de la vida, y un día... por fin comprendemos su vaivén.

Ventanas abiertas o cerradas a otras ventanas, sentimos que está lejos pero llevamos el mar por dentro.

Desde mi patio interno,

por fin hoy,

yo lo contemplo.

 

 

Toallas de cara y de manos. Toallas enteras para gente grande y toallas para gente pequeña. Y un albornoz de paño. Todos colgados boca arriba, como tomando el sol que no calienta, pero brilla. A veces una brisa suave les acaricia y algunos se dan la vuelta. Otros se quedan sintiendo su abrazo.

 

 

Espolvoreada en harina la lubina decide darse un baño en aceite. Éste hierve, y canta apenas su cuerpo suave se sumerge en él. Sin miedos y sin miramientos sus partículas la cubren y ella se deja hacer. Juntos engendran la cena que, sin entender nada de esto, un gordo inmenso se va a comer.

 

 

Una brisa helada sacude los huesos de mi patio interno. Mis músculos tiemblan ante la idea de un invierno gélido, pero me contengo. Espero, presto atención y más allá del frío descubro el vapor, que escapa de las ventanas y trepa por las paredes cubriéndolo todo con su calor. Y sé, aunque ahora no pueda verlo, que habrá cuerpos que se acurruquen junto a otros cuerpos para espantar la duda que niebla el pensamiento.

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